PARTICIPACIÓN DEL USUARIO EN EL DISEÑO ARQUITECTÓNICO: VIVIENDAS DE AUTOGESTIÓN

Cristian Chafloque Túllume

Desde tiempos remotos los primeros habitantes se emplazaban en las tierras según sus criterios, ocupándolas de manera progresiva (aunque sostenida). Así pues, con el trascurrir de las épocas se fueron adaptando a las condiciones del lugar, siendo éstas muy diversas, en donde por medio de la organización de patrones, iban encontrando las soluciones ante distinta amenazas. Estos iban mejorando conforme avanzaban las tecnologías, permitiendo a las distintas culturas su consolidación y desarrollo en cuanto a las formas de vida y su manera de habitar.

Es así como esta “tradición” de la ocupación del espacio ha llegado hasta nuestros días, sin embargo, hace muchas décadas que este fenómeno no se ha venido dando de la manera adecuada, esto debido a las deficiencias de una planificación urbana, lo cual genera ciertas incongruencias en la continuidad del tejido que conforma una ciudad, subdividiendo ésta en sectores y clasificándolos por tipos de clases sociales, lo que ocasiona un desequilibrio reflejado en la obtención de recursos de primera necesidad, la habitabilidad y la cercanía a los centros urbanos.

Imagen 01: Disgregación urbana. Fuente: Plataforma Urbana


Este fenómeno de urbanización, cuyos procesos se orientan bajo la adquisición de rentas inmobiliarias diferenciales, y no bajo criterios de inversión proyectados a la resolución de la problemática sobre las deficientes condiciones humanas, se tradujo en un desarrollo urbano insostenible, lo que provocó una situación de disgregación socio-territorial en la que varios grupos de individuos orientados por una lógica de la necesidad, expandieron la ciudad hacia zonas de la periferia cuyas condiciones no eran aptas para el desarrollo urbano. Así pues, históricamente a  esta mala praxis de la conversión de la ciudad como un medio de cambio bajo intereses dirigidos a la acumulación del capital, surgió una nueva concepción denominada como el derecho a la ciudad, cuyos argumentos están sostenidos por Henri Lefebvre desde fines de los años 60.

“El derecho a la ciudad, se define como el derecho de los habitantes urbanos a construir, decidir y crear ciudad, y hacer de esta un espacio privilegiado de la lucha anticapitalista”(Camargo, 2016). Esta teoría adquirió un impacto favorable ante las distintas intervenciones urbanas, logrando que muchas ciudades crecieran económicamente con una proyectada extensión urbana y mejor calidad de tecnologías para diseñar la ciudad. Sin embargo, no pudo perdurar por mucho tiempo, por lo que  debiéndose a la falta de inclusión de la participación y la democracia urbana, se obstaculizó el acceso a la ciudad a la mayoría de sus habitantes.

Imagen 02: Derecho a la ciudad. Fuente: Archdaily


Es así como se ha venido desarrollando la ciudad, que como producto de las acciones sociales de procesos complejos, no puede ser definida como algo específico, es por ello que existen muchas definiciones para ésta, las cuales suele ser de carácter provisional y perfectible sin poder evitarse. En consecuencia a este contexto, surgió el término de ciudad capitalista, entendiendo ésta como “el espacio de articulación territorial de procesos sustentados por diversos tipos de actores, que despliegan lógicas diferenciadas en función de los objetivos y prioridades que guían sus procesos productivos, así como por los diversos tipos de recursos con que cuentan” (Zapata, 2012).

Por su parte, hablar de ciudad capitalista, es referirnos a “un modelo determinado y dominante de hacer ciudad, que exige que cualquier intervención ejecutada en la ciudad esté orientada a la generación de plusvalías, hasta el punto de que es la propia urbe la que deviene en objeto de consumo” (García, 2017). El objetivo de esta “venta de la ciudad”, es buscar el bien común, beneficiando a los agentes detentadores de la propiedad y la administración de los terrenos (constructoras, autoridades locales, agentes financieros) en confabulación con los distintos públicos (migrantes, clase trabajadora, personas de bajos recursos). El éxito de este movimiento radica en una concepción productiva-equilibrada y abstracta del espacio urbano, teniendo como principal resultado el incremento de la brecha social y su ostentación ante una inequidad de acceso al espacio urbano.

En este contexto es que “surgieron nuevas estrategias habitacionales auto producidos y fundantes principalmente por los agentes más damnificados” (Hernández, 2007). Pues se incorporaron modalidades tradicionales de producción de vivienda, como una manifestación activa sobre la autoproducción de la misma. En consecuencia a ello, nace la autogestión, una modalidad esencialmente organizada y colectiva que involucra la gestión de recursos del estado y la inspección del procedimiento productivo por parte de distintas organizaciones populares. “Esta propuesta autogestionaria para la producción de vivienda parte del ejercicio del derecho a la vivienda y al hábitat y a la ciudad, en cuanto a la función social de esta” (Negro, 2019).

Por su parte, las viviendas de autogestión, fueron diseñadas para “complementar” las prácticas de autoconstrucción, por lo que éstas se plantearon con el objetivo de “instrumentar políticas de acceso a la vivienda de uso exclusivo y permanente, para hogares de escasos recursos en situación crítica habitacional de la ciudad” (Zapata, 2012). Durante este programa, las organizaciones sociales fortalecieron su grado de autonomía para decidir sobre su proyecto constructivo y social, además podían elegir a los especialistas o profesionales con los que querían trabajar, siendo estos quienes debían tener la capacidad para orientar sus ideas y llevarlas hacia algo concreto bajo criterios de sostenibilidad y confort. De igual forma los dueños en este caso el poblador podía acceder a su terreno, inspeccionando las actividades que se estaban llevando a cabo.

No obstante, este planteamiento arquitectónico se vio perjudicado por otras entidades, las cuales influyeron para que el tema de autogestión desapareciera con la inclusión de nuevas medidas, perdiendo la esencia del proyecto sobre todo porque la participación del ciudadano ya no era primordial.

Ante ello, actualmente en muchas ciudades esta falta de inclusión del usuario en el diseño arquitectónico se puede reflejar en la deficiente calidad de vida. Además, sabemos que a lo largo de los años han existido muchas propuestas que se han visto enfrentadas a una gran masa de limitaciones, tales como, la falta de desarrollo en las herramientas específicas de diseño participativo, la necesaria reforma sobre el papel de las principales organizaciones en la producción del hábitat, la incipiente cultura de participación social en los sectores más pobres, la falta de difusión mediante la práctica de estos temas, etc. En consecuencia, aunque las limitaciones sean predominantes, sí es posible intervenir en la producción del hábitat desde una perspectiva que responda a la complejidad de la realidad social, pues los técnicos y profesionistas del diseño y la planeación aún pueden seguir proponiendo soluciones simples, parciales e incompletas, basadas en una práctica tradicional y en nuestra limitada manera de ver el mundo; o bien, podemos aceptar que, para hacer propuestas que realmente tiendan a buscar una mejoría en la calidad de vida de sus pobladores, es necesario enfrentar nuestra intervención en la producción del hábitat desde una perspectiva colectiva y transdiciplinaria, a partir del reconocimiento de la complejidad inherente a los procesos sociales, y a través del uso de  herramientas, metodologías y técnicas alternativas (Romero, 2004).


Referencias bibliográficas

Cmargo, F. M. (2016). El derecho a la ciudad: de Henri Lefebvre a los análisis sobre la ciudad capitalista. Folis, 3-19. https://www.redalyc.org/pdf/3459/345945922001.pdf

García, M. M. (30 de Marzo de 2017). blogURBS. recuperado de http://www2.ual.es/RedURBS/BlogURBS/cartografia-de-la-ciudad-capitalista/

Gustavo Romero, R. M. (2004). La participación en el diseño urbano y arquitectónico en la producción social del hábitat. Cyted Habyted.

Hernandez, J. (2007). Estética y hábitat popular. AISTHESIS, 11-34.

Negro, S. (2019). Reflexiones sobre el patrimonio cultural del Perú, contextos y perspectivas. Universidad Ricardo Palma, 169-177. https://revistas.urp.edu.pe/index.php/Tradicion/article/view/2636

Zapata, M. (2012). El programa de autogestión para la vivienda: ¿una política habitacional habilitante del. Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires. http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/Argentina/iigg-uba/20120802051652/czapata.pdf U

 

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